“La santificación y la vida cristiana”
Por, Angel C. Izquierdo
La vida cristiana inicia cuando Dios en Su gracia y plan
perfecto extiende Su perdón a cualquier individuo que estando en su condición
de pecador es confrontado y convencido por la Palabra de Dios de la realidad
espiritual en la que vive, y arrepentido se vuelve a Dios para alcanzar la
salvación que necesita. Citando el Catecismo Mayor, Dickson indica que, “El
arrepentimiento para vida es una gracia salvadora, por la cual un pecador, con
un verdadero sentimiento de su pecado, y comprendiendo la misericordia de Dios
en Cristo, con dolor y aborrecimiento de su pecado, se aparta del mismo para ir
a Dios, con pleno propósito y esfuerzo para una nueva obediencia” (Dickson
2010, 92). La salvación, gracias al sacrificio del Señor Jesucristo en la cruz
del calvario y su gloriosa resurrección, introduce al hombre en una perpetua
relación con Dios, “Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna;
y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no
tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5:11-12, RV 1960). Por otra parte,
el apóstol Pedro indica en su primera epístola que los que han alcanzado el
perdón que Dios ofrece y la salvación eterna, han sido llamados “de las
tinieblas a su luz admirable,” (1 Pedro 2:9), y en este mismo concepto o idea
otros escritores bíblicos enseñan que los creyentes en Cristo han sido
“separados” o “apartados” para Dios. Al ser apartado para Dios el Espíritu
Santo comienza en el creyente el proceso de santificación en el cual, a
diferencia de la salvación, el creyente es responsable de cooperar con Dios
para alcanzar la meta del mismo: crecer en semejanza con el Señor Jesucristo y
vivir la vida cristiana victoriosa.
Este acto de apartar o separar es algo que comienza a
aparecer en el contexto general de las Escrituras cuando ya desde el Antiguo
Testamento el pueblo de Dios era considerado como un pueblo especial y apartado
para Dios, “Habéis, pues, de serme santos, porque yo Jehová soy santo, y os he
apartado de los pueblos para que seáis míos” (Levíticos 20:26). Luego en el
Nuevo Testamento el “apartar” para Dios se entiende como un acto contiguo a la
salvación, o sea que en el momento en que un individuo se vuelve a Dios
arrepentido de sus pecados y confesando a Cristo como Señor y Salvador no
solamente recibe el perdón divino, la vida eterna y el Espíritu Santo, sino que
además es apartado, separado, para Dios; esta acción es lo que se conoce en
términos teológicos como “Santificación”.
Lloyd-Jones
observa que uno de los dos significados de la santificación es, “apartar para
Dios y Su servicio. Este es un gran significado de la santificación tanto en el
Antiguo Testamento como en el Nuevo” (Lloyd-Jones 1997, 192). Confrontando esta
idea de santificación como ser apartado para Dios y Su servicio con el consenso
general del tema en las Sagradas Escrituras, se puede entender entonces, como
se afirma anteriormente, que todos los creyentes en Cristo, aquellos que han
sido alcanzados por la gracia de Dios, ya han experimentado la santificación
desde esta perspectiva. El autor inspirado de la epístola a los Hebreos al
hablar de la voluntad de Dios en relación al sacrificio de Cristo asegura que,
“En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo
hecha una vez para siempre.” (Hebreos 10:10). Por lo tanto, se puede concluir
que la salvación concede al creyente un nuevo estatus espiritual, una nueva
posición en la esfera espiritual que indica que el individuo que antes estaba
alejado de Dios y destinado a condenación eterna, ahora ha cambiado de posición
pues por la gracia de Dios ha sido apartado para Dios y Su servicio, ha sido
santificado. El Comentario Exegético y Explicativo de la Biblia señala en este
aspecto relacionado al versículo previamente citado que, “Es la obra acabada de
Cristo de habernos santificado, es decir, trasladándonos de un estado de
alejamiento impío a uno de consagración a
Dios” (Jamieson, Fausset & Brown 1992, 646). Desde este punto de vista se
entiende que el primer significado y aplicación de la santificación es por
tanto posicional, un cambio de posición del individuo en cuanto a su relación
con Dios.
Debe entenderse también que la santificación no solamente
indica un cambio de posición, sino que además indica un proceso continuo en el
que Dios por medio de Su Santo Espíritu persigue la transformación del
creyente, su crecimiento espiritual y madurez; este es un proceso que, aunque
“nunca se completa en esta vida” (Grudem 2007, 788), no debe ignorarse ni
restársele valor. Aunque la importancia de la santificación es obvia en lo
referente a la posición del creyente ante Dios, esta también juega un papel
importante en la vida del creyente en lo que se refiere al crecimiento y
madurez espiritual del mismo. La importancia por tanto radica además en la meta
que persigue la santificación progresiva, en esto la definición de Lloyd-Jones
se hace de utilidad porque la santificación es entonces, “la continua operación
de gracia del Espíritu Santo por medio de la cual El libra y justifica al
pecador de la polución del pecado, renueva toda su naturaleza a la imagen de Dios
y le capacita para hacer buenas obras.” (Lloyd-Jones
1997, 195). Es por tanto seguro afirmar que la santificación permite que el
creyente sea capacitado para vivir puramente la vida cristiana y crecer en
semejanza con el Señor Jesucristo, “Porque
a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos
conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos
hermanos.” (Romanos 8:29).
Otro aspecto importante de la
santificación progresiva es que, a diferencia de la salvación, regeneración y
justificación en la santificación progresiva el creyente coopera con Dios.
Grudem observa que la participación del creyente en la santificación “es tanto pasiva en la que dependemos de Dios para
que nos santifique, como activa en el
cual nos esforzamos por obedecer a Dios y dar los pasos necesarios que van a
incrementar nuestra santificación.” (Grudem 2007, 792). Mientras que el
creyente depende de Dios para ser santificado pues es El quien santifica, como
lo deja ver 1 Tesalonicenses 5:23, “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo;
y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la
venida de nuestro Señor Jesucristo”, es por otro lado la responsabilidad de
cada cristiano de cooperar con Dios en el proceso. Una importante exhortación
al respecto es la que Romanos 12:1-2 presenta, “Así que, hermanos, os ruego por
las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo,
santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este
siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento,
para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.
Romanos 12:1-2 es en extremo relevante cuando se habla de santificación pues lo
que propone y ruega el apóstol al creyente es que procure la consagración y es
por eso, como dice Moo, el creyente debe recordar que pertenece a la nueva era
que Cristo inauguró y por lo tanto, “tiene que vivir los valores de esa nueva
era, permitiendo al Espíritu que transforme sus más íntimos pensamientos y
actitudes.” (Moo 2000, 396). La porción citada de Romanos 12 por tanto revela
no solo la importancia de la consagración en el proceso de santificación, sino
también el hecho de que esta consagración es algo que el creyente debe buscar y
procurar diariamente en su vida.
La realidad de la consagración
como una necesidad diaria en el proceso de santificación requiere entonces que
existan medios, provistos por Dios mismos, por los cuales el creyente
intencional, disciplinada y diligentemente colabora con Dios en este proceso;
medios por los cuales el creyente es preparado, equipado y también purificado;
medios que incluyen herramientas útiles en la búsqueda de alcanzar la meta de
la santificación. Duffield & Van Cleave definen estas herramientas y medios
como “medios de santificación” y proponen cuatro de ellos como principales: “Fe,
Obediencia a la Palabra, Rendirse al Espíritu Santo, y Compromiso Personal”
(Duffield & Van Cleave 1983, 244-245).
De acuerdo a Duffield & Van
Cleave, la fe juega un papel fundamental y primario como medio de santificación
puesto que es por fe que, “el creyente se
apropia de la sangre santificadora de Cristo” (Duffield & Van Cleave 1983, 244). Tanto en el aspecto de la
santificación posicional como en el aspecto progresivo, la fe es un medio
necesario y útil. Todo el andar de la vida cristiana requiere de este aspecto,
tal es así que Pablo exhorta a que, “Por tanto, de la manera que habéis
recibido al Señor Jesucristo, andad en él.” (Gálatas 2:6). Entendiendo por
tanto que la fe es la manera en que se recibe al Señor Jesucristo debe
entenderse entonces que la fe es necesaria tanto para el cambio de estatus que
indica la santificación posicional, como para la transformación continua que
provee la santificación progresiva; de manera que el creyente debe vivir una
vida de fe y esta vida de fe es un medio básico y fundamental para la
santificación. El segundo medio que propone Duffield & Van Cleave, la “Obediencia a la Palabra”, es uno
de los medios específicamente mencionados por el Señor Jesucristo, este en su
oración por los discípulos dijo, “Santifícalos en tu verdad; tu palabra
es verdad.” (Juan 17:17). Siendo que la obediencia a la Palabra tiene ese
efecto purificador el cristiano puede y debe cada día acercarse a ella con la
plena intención de obedecerla. Es en la obediencia que el poder purificador y
santificador de la Palabra cobra su máximo efecto y produce los mejores frutos.
El tercer medio mencionado en Duffield & Van Cleave,
el “Rendirse al Espíritu Santo” guarda una relación directa con el aspecto
mencionado en Romanos 12:1-2 anteriormente, que trata de la consagración. El último
de los cuatro medios propuestos en Duffield & Van Cleave, “Compromiso
Personal”, sugiere que “llega un
momento en la vida de cada seguidor sincere del Señor Jesucristo cuando, por
medio de un acto de profundo compromiso personal, se aparta para cualquier
servicio que Dios tenga para que el cumpla” (Duffield & Van Cleave 1983,
245). El compromiso personal expresa una intención personal y seria por parte
del creyente de cooperar con Dios en la obra progresiva de santificación. Estos
cuatro medios son de utilidad básica y de necesidad fundamental en la
santificación progresiva, pero no son los únicos.
Otros medios de santificación necesarios son los que se
relacionan directamente a ejercicios, actitudes y prácticas espirituales, tales
como la oración, la adoración y el compartir la fe los cuales, aunque estos se
consideran primeramente disciplinas y prácticas en la vida del creyente, pueden
verse también como medios de santificación. Es por ello que una actitud apática
a la oración, al congregarse y al compartir la fe debe evitarse y en su lugar
desarrollar una actitud de diligente fervor en relación a estas. Grudem observa
que, “El Nuevo Testamento no sugiere ningún atajo mediante el cual podamos
crecer en santificación, sino solo nos anima repetidas veces a darnos a
nosotros mismos a los medios antiguos y reconocidos” (Grudem 2007, 793), entre
los medios antiguos citados por Grudem y no mencionados entre los cuatro
propuestos en Duffield & Van Cleave, se destacan la oración, la adoración,
y el dar testimonio.
La utilidad de la oración como medio de santificación se
puede ver en la exhortación de Pablo a los Efesios, “orando en todo tiempo con
toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia
y súplica por todos los santos,” (Efesios 6:18). Es por ello que de manera
práctica la oración permite al creyente intensificar su comunión con Dios y ser
sensible a la voz de Dios en el proceso de alcanzar la meta de la
santificación: ser más como Cristo.
Por su parte la adoración contribuye a la santificación
en el sentido de que esta conecta al creyente con la razón primordial de su
vida, adorar a Dios; al mismo tiempo debe considerarse la adoración como un
medio de santificación no solo en el aspecto individual, sino también
colectivo. Es en relación a esto último que el autor de Hebreos dice, “no
dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos;
y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca,” (Hebreos 10:25). Las
reuniones de adoración colectiva son un excelente medio de santificación porque
en ellas no solamente se expresa adoración junto al cuerpo de Cristo en una
congregación local, sino que, en la misma por medio de la predicación, la enseñanza
y el compañerismo el creyente es nutrido, fortalecido y exhortado, entre otras
cosas de igual valor.
Por último, el acto de compartir con otros la fe es un
útil medio de santificación, en primer lugar, porque el mismo es un acto de
obediencia al Señor y Su Palabra, “Id por todo el mundo y predicad el evangelio
a toda criatura,” (Marcos 16:15). En segundo lugar porque en la medida que el
creyente habla a otros de Cristo, su propia fe es edificada, su sentido de
responsabilidad aumenta, su conocimiento de la Palabra crece y sobre todo su
dependencia de Dios se intensifica. Cuando estas cosas pasan el creyente crece
en madurez, crece en semejanza con Cristo, y en el ejercicio de estos medios es
continuamente santificado.
Un último aspecto a considerar es el poder de la
santificación. El creyente que responsablemente coopera con Dios en el proceso
de santificación va a encontrar que está siendo obediente a Dios porque como
aseguran las Escrituras en 1 Tesalonicenses 4:3, la santificación es la
voluntad de Dios para nuestras vidas; como resultado, el creyente va a
experimentar transformación, cambio y que este crecimiento y madurez le
capacitan para vivir victoriosamente ante la tentación y el pecado. Moo indica
que, “Cuando una persona viene a Cristo, esa persona es “transferido” a una
nueva era o ámbito. El o ella ya no está mas bajo el dominio del pecado (…) Aun
asi el pecado todavía afecta al creyente (…) Todavia vivimos en un mundo
fuertemente influenciado por el pecado y las formas no piadosas de pensar y
actuar,” (Moo 2000, 396). Moo describe una realidad incuestionable que
confronta al discípulo de Cristo con la necesidad de poder para vencer la tentación
y el pecado que le rodean. Es en este aspecto que la rendición al Espíritu
Santo mencionado anteriormente como un medio de santificación juega un papel
vital capacitando al creyente con el poder necesario para vencer la tentación y
el pecado. El creyente que
intencionalmente coopera con Dios en la santificación progresiva experimentará
que, “El Espíritu Santo suprime las
actividades de la naturaleza malvada cuyo poder fue destruido, y produce Su
fruto en la vida.” (Wuest 1942, 105).
Además del poder para vencer la tentación y el pecado, el
creyente que con diligencia y fervor coopera con Dios en la santificación,
experimentará un más elevado nivel de comunión con Dios en su vida personal de
adoración. El pecado es uno de los factores fundamentales por los que el
creyente en ocasiones no experimenta una profunda intimidad con Dios en la
adoración. Muchas veces son las actitudes pecaminosas mismas las que se
levantan como obstáculos entre el creyente y su vida de adoración, pero el
creyente que busca su crecimiento espiritual y madurez con compromiso y entrega,
disfrutará sus momentos de comunión personal con Dios y su adoración llegará a
ser un estilo de vida; es en esta dimensión que el autor de Hebreos invita, “acerquémonos
con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de
mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura.” (Hebreos 10:22).
La santificación progresiva en la medida que logra su
objetivo en el creyente provee aquello que Hebreos 10:22 menciona como
necesario: “corazón sincero, plena certidumbre de fe, corazones purificados de
mala conciencia y cuerpos lavados con agua pura”. Por otra parte, estas mismas
características mencionadas anteriormente son necesarias para una
evangelización efectiva. Cualquiera puede hablar de Cristo sin embargo para que
haya un fluir saludable y un efecto positivo del mensaje que se predica, la
vida y el testimonio del mensajero es algo crucial. Al Pablo escribir, “Pero en
una casa grande, no solamente hay utensilios de oro y de plata, sino también de
madera y de barro; y unos son para usos honrosos, y otros para usos viles. Así
que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra,
santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra.” (2 Timoteo
2:20-21), confronta a los creyentes con una realidad de opción, ¿Qué tipo de
instrumento quieres ser, un instrumento vil o un instrumento honroso? Y el
mismo entonces indica que la opción única de quien quiere ser un instrumento
honroso y útil al Señor es aquel que es santificado, y en esto, no solo en el
sentido posicional sino en el sentido progresivo, de crecimiento y madurez que
es lo que el limpiarse permite pensar, Orth dice que “El creyente que se aleja
de los falsos maestros y de su pecado, está apartado (santificado) en una
categoría especial para el uso de su Dios”. (Orth 1993, 85). Una de las causas
más grandes de un evangelismo débil e infructuoso es la falta de consagración,
de santificación.
En conclusión, puede decirse que con la experiencia de
salvación Dios por medio de su Espíritu Santo, comienza en el nuevo creyente el
proceso de santificación, sin embargo, a diferencia de la salvación en este
proceso el creyente es responsable de cooperar con Dios para alcanzar la meta
del mismo, crecer en semejanza con el Señor Jesucristo y vivir la vida
cristiana vencedora. Dios en Su gracia infinita ha provisto medios para que el
creyente pueda hacer su parte en la obra santificadora que el Espíritu Santo
lleva a cabo en su vida y al emplearlos, como resultado, el creyente
experimentará poder para vencer la tentación y el pecado, el poder para cumplir
su llamado en lo relacionado a la vida de adoración y al dar testimonio del
evangelio. Todo creyente que busca agradar a Dios debe hacer uso de los medios
provistos por Dios en la medida que la oración de Pablo cobra efecto en su
vida, “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser,
espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro
Señor Jesucristo.” (1 Tesalonicenses 5:23).
Bibliografía
Dickson, S. G. Amigo de Pecadores:
El Abrazo Perdonador de Dios en Acción. Arroyo Hondo, Santo Domingo:
Palabra Fiel, 2010.
Duffield,
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Grudem,
Wayne. Teología Sistemática. 2009. Miami, Fl: Editorial Vida, 2007.
Jamieson., Robert, A. R. Fausset,
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Lloyd-Jones.
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Moo, Douglas J. The NIV
Application Commentary: Romans. Grand Rapids, MI: Zondervan Publishing
House, 2000.
Orth,
S. Estudios Bíblicos ELA: Toma la estafeta (2da Timoteo). Puebla,
Mexico: Ediciones Las Américas, A. C., 1993.
Wuest, Kenneth S. Untranslatable
Riches from the New Testament for the English Reader. Grand Rapids, MI:
WM. B. Eerdmans Publishing Company, 1942.
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